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1915:
Albert Einstein publica su teoría de la relatividad general y Kafka su Metamorfosis; en
España se crea la Universidad de Murcia y se produce un motín de
subsistencias en Salamanca, muere Francisco Giner de los Ríos, se estrena El amor
brujo de Falla y Pérez Lugín publica La casa de
la Troya.1
Este año se conmemora en España uno de los más
importantes hitos de la historia de la Enfermería contemporánea, el
centenario de la creación del título de Enfermera, que seguramente se
traducirá en la celebración de múltiples actos que se llevarán a cabo en todo
el territorio nacional.2 En nuestro
país, el reconocimiento oficial del título de Enfermera se hizo a propuesta
de una pequeña congregación de religiosas dedicadas al cuidado de los
enfermos, las Siervas de María Ministras de los
Enfermos, replicando el modelo que habían conocido en
Italia, donde algunas de ellas se habían titulado.3En
realidad solo pretendían legitimar las funciones desarrolladas por sus
hermanas, pero con ello lograron dar un gran impulso a la enfermería laica,
que ya había comenzado su andadura académica unas décadas antes en la Escuela
de Enfermería de Santa Isabel de Hungría de Madrid.4
La lectura al cabo de los años del texto de la Real
Orden aprobatoria de 7 de mayo de 1915 (publicada en la Gaceta de Madrid el
21 del mismo mes), produce una cierta decepción, pues se trata de un texto
carente de emoción, que en modo alguno deja entrever el penoso itinerario
burocrático que aquellas religiosas tuvieron que superar hasta lograr su
propósito:5
"Vista la instancia presentada por la
Congregación de Siervas de María, Ministras de los enfermos, solicitando que
se autorice para ejercer la profesión de enfermeras a las religiosas que
acrediten tener los conocimientos necesarios con arreglo al Programa que con
este fin se establezca, S.M. el Rey (q.D.g.) ha tenido a bien disponer lo
siguiente... Se aprueba el adjunto Programa de los conocimientos necesarios
para habilitar de enfermeras á las que lo soliciten pertenecientes ó no á
comunidades religiosas...".2
No hay boato ni pomposidad
en las palabras. Solo las justas para dejar claro que desde ese momento las
mujeres que lo quisieren, religiosas o no, podían titularse como enfermeras.
No hay conciencia del momento histórico, solo constancia de un procedimiento
burocrático más, insertado en el boletín oficial del gobierno tras el
nombramiento de un profesor numerario de Caligrafía y de un catedrático de
Matemáticas en sendos institutos de provincias.
No hay palabras que sugieran el contexto histórico de
la ocurrencia. Nada parece relacionarle con las demandas de Concepción Arenal
reivindicando la exclusividad de la mujer en una profesión digna dedicada al
cuidado de los enfermos,6 ni con el
embrionario movimiento feminista, que había logrado pocos años antes regular
el acceso de las mujeres a la universidad. El mismo año que hoy se conmemora
se creaba el grupo femenino de la madrileñaResidencia de Estudiantes,
el "centro irradiador de cultura" que forjó algunas de las élites
intelectuales femeninas de la época.7 ¿Acaso el
rezago que la Enfermería tuvo en nuestro país para instaurarse como profesión
regulada está en consonancia con el rezago en general de la mujer al
incorporarse a la educación media y superior? Sea como fuere, religiosas o
no, lo cierto es que se trata de una titulación oficial promovida
exclusivamente por mujeres. Y esto es toda una singularidad en aquella España
del final de la monarquía.
El Centenario puede ser una buena escusa para
despertar el interés sobre este asunto, ensombrecido quizá por lo que podía
entenderse como una incoherencia histórica: que en pleno siglo XX una
comunidad de religiosas promoviesen la legalización del título de Enfermera.
Pero es que aún no había resonado en España el nombre de Florence Nightingale
(salvo algunas menciones en la prensa el año de su fallecimiento o algunas
posteriores en revistas con escasa circulación),8 y quien lo
conocía bien puso mucho cuidado en ocultarlo, como es el caso del Dr.
Federico Rubio al crear su escuela de enfermeras en el Hospital de la
Princesa.4 No podía
existir conciencia corporativa en una profesión degradada por una
consideración social que relegaba a las enfermeras a lo menos valorado de la
condición femenina.9 La propia
palabra enfermera era poco
usada en este tiempo. En un estudio comparado sobre la mujer en la prensa
española solo aparece una vez mencionada la profesión de enfermera en los dos
periódicos más importantes entre 1910-1915 y se refiere al casamiento de una
enfermera francesa con un multimillonario americano.10
Casi nadie conocía entonces (quizá tampoco ahora) a
reformadoras como Ethel Gordon Fenwick, la enfermera británica impulsora del
asociacionismo profesional y del Consejo Internacional de Enfermeras,11 que se
había constituido en 1899 a partir de la reunión del Consejo Internacional de
Mujeres celebrado en Londres.
Los historiadores de la Enfermería tienen una gran
oportunidad de arrojar luz sobre esta aparente anomalía de la historia, a la
vez que la posibilidad de socializar un acontecimiento en la evolución de la
profesión y tal vez también una página olvidada de la historia de las
mujeres. ¿Alguien se ha preguntado cuántos títulos de cualquier rama del
conocimiento expedía la Universidad española hace cien años? Y hablamos de la
Universidad porque, en contra de lo que se suele pensar, el título de
enfermera en España siempre ha estado asociado a la formación universitaria,
con independencia del estatus que como disciplina universitaria se le haya
reservado en cada momento.
Según los datos que aporta el Instituto Nacional de
Estadística (INE), en la Universidad Central de Madrid (la única en la que se
podían cursar todas las carreras reconocidas oficialmente), en el curso
1914-1915 se ofertaron un total de ocho titulaciones (Derecho, Medicina,
Filosofía y Letras, Ciencias, Farmacia, Practicantes, Matronas y
Odontólogos). Aunque se realizaban los exámenes desde 1915, el informe no
incluye datos de la carrera de "Enfermeros" hasta el curso
1916-1917. Ese curso la Universidad Central había incorporado otra
titulación, la Gimnástica. En total eran diez las "carreras" que
englobaba la enseñanza universitaria en España, a las que habría que sumar
otras titulaciones que dependían directamente del entonces Ministerio de
Instrucción Pública, como Veterinaria, Comercio, Náutica, Ingenierías,
Arquitectura o Magisterio.12 Hoy
cualquier universidad española oferta centenares de títulos entre grados y
posgrados. Solo la Universidad Complutense de Madrid oferta 70 títulos de grado
en 5 áreas de conocimiento, doce de ellos en Ciencias de la Salud.13 Eso
significa que la mayoría de las profesiones universitarias que hoy conocemos
surgieron o se legalizaron después de la Enfermería, y la mayoría de ellas no
tienen tantos dilemas de identidad. Otra anomalía susceptible de estudiarse.
Las Ministras de los Enfermos encendieron
el motor de una Enfermería española renovada, femenina, laica, profesional,
formada, comprometida con las instituciones, al servicio de los ideales
emergentes de equidad y justicia social. La Real Orden de 1915 propició que
de manera inmediata se comenzasen a producir nuevas tituladas, tanto en la
escuela de Enfermeras de las impulsoras (una extensión del propio noviciado),
como en otros centros que en los siguientes años se crearon en todo el
territorio nacional. La Escuela Santa Madrona en Barcelona (1917), la Escuela
de Enfermeras Auxiliares de Medicina de la Mancomunitat de Catalunya (1918) o
la Escuela del Cuerpo de Enfermeras Profesionales de la Cruz Roja Española en
Madrid (1918), aparecen como las primeras.14 Se inicia
un proceso de socialización de la Enfermería como práctica con una gran carga
de valores humanitarios. La propia reina Victoria Eugenia gustará de vestirse
de Enfermera de la Cruz Roja para escenificar el compromiso de la monarquía
con la causa de los más necesitados (en la foto que acompaña este artículo).15
Sin embargo la aprobación del título de enfermera no
tuvo la aceptación deseable en sus primeros años de andadura. De hecho va a
producirse un desfase entre el reducido número de enfermeras tituladas
oficialmente y el creciente nivel de competencias profesionales alcanzado. Y
ya son tres las paradojas.
Bernabeu Mestre y Gascón Pérez16 se hacen
eco del informe de la Fundación Rockefeller sobre la situación de la
Enfermería en la España de 1931. Ese informe fue elaborado por Elisabeth
Crowell y habla, entre otras cosas, de la situación de la formación en
Enfermería en diferentes escuelas españolas (de Madrid analiza las escuelas de
los hospitales: Instituto Rubio, Cruz Roja y Militar), concluyendo que
presenta graves deficiencias. Pero ninguna de esas escuelas seguía el
programa aprobado en 1915 y sus alumnas no se presentaban al examen en la
Facultad de Medicina de Madrid, ni obtenían el certificado expedido en la
Universidad. En cambio la Escuela de las Siervas de
María sí seguía el programa oficial y
todas sus alumnas se presentaban a los exámenes en la Facultad de Medicina de
la Universidad Central en Madrid.5 Es más, de
ese estudio se ha excluido a todas las alumnas que habían obtenido el título
en la Universidad, la gran mayoría religiosas de pequeñas congregaciones.
Esto produce un caso señalado de invisibilidad enfermera.
El mismo estudio de la Fundación Rockefeller analiza
las actividades de enfermería de salud pública, destacando tres experiencias:
las iniciativas de la Cruz Roja de Madrid, las actividades del Instituto
Provincial de Higiene de Cáceres, y la Escuela Nacional de Puericultura.16 Pero nada
se dice de la actividad desarrollada por las enfermeras de comunidades
religiosas que asistían en los domicilios y en aquellos hospitales
provisionales que se abrían en épocas de epidemias, lo cual hubiera
modificado notablemente los datos del informe.
Con independencia del grado de aceptación del título,
los cambios políticos en el país en las siguientes décadas supondrán un
empujón a las competencias profesionales de las enfermeras españolas, que
poco a poco se irán asimilando al entorno europeo. La figura republicana de
la Enfermera Visitadora tendrá un
gran impacto en la mejora de la calidad de vida de las familias, que serán
instruidas en hábitos de vida saludables. Igualmente y en cooperación con las
profesiones hermanas (practicantes y matronas), extenderán su acción hacia
áreas más especializadas, en consonancia con los principales problemas de
salud que aquejaban a la ciudadanía: la puericultura, la lucha
antituberculosa, la lucha antivenérea, la asistencia psiquiátrica, etc.17
La dictadura militar que sucedió a la Guerra Civil
española dio al traste con muchos intentos reformadores y sumió a la
Enfermería en un periodo ciertamente oscuro de su historia como profesión. El
franquismo transformó los fundamentos identitarios de la Enfermería, hasta el
punto que casi medio siglo después de la muerte del dictador, aún estamos
resolviendo nuestra particular transición profesional.18
En el camino quedaron personajes señeros de la
historia de la Enfermería más reciente que los historiadores de la profesión
debieran reivindicar y difundir entre las nuevas generaciones: Sor Fernanda
Iribarren, la gestora del proceso de aprobación del título de Enfermera;
Mercedes Milá Nolla, fundadora de la Asociación Profesional de Enfermeras
Visitadoras Sanitarias; Trinidad Gallego, promotora del Comité de Enfermeras
Laicas; Elisabeth Eidenbenz, enfermera y maestra suiza, fundadora de la
Maternidad de Elna; Aurora Mas Gaminde, enfermera visitadora madrileña que
extendió el modelo español fuera de sus fronteras. Son solo algunos nombres
que están reclamando ocupar un puesto en la historia de la Enfermería.
Y con ellas también es necesario reclamar la memoria
histórica de nuestra profesión. Hacer justicia a unas mujeres y hombres que,
más allá de sus propias ideologías, desafiaron las estrecheces políticas de cada
momento para hacer plausible una profesión que tardaba demasiado tiempo en
reconciliarse con su propia esencia: la satisfacción de las necesidades de
los ciudadanos. Algunas de ellas aún viven y estamos a tiempo de obtener sus
narrativas por vía de la historia oral, que compensen de alguna manera el
olvido al que les ha relegado la documentación institucional. Así lo han
iniciado algunas historiadoras, cuyos frutos podemos consultar en revistas
especializadas, entre ellas Archivos de la Memoria o Temperamentvm.
En cierta forma, la aprobación del título de
Enfermera es un fiel reflejo de cómo discurren los acontecimientos
importantes en una profesión que suele relegarlo casi todo al universo de lo
cotidiano.19 A
diferencia de lo que ocurre en otras disciplinas, en la Enfermería no hay más
épica en el cuidar que en encender una bombilla. Por eso resulta tan difícil
estimular la conciencia histórica entre las enfermeras. Los historiadores de
la Enfermería tienen un gran desafío al socializar estos aconteceres, que no
solo supusieron un hito en el desarrollo profesional, sino también un impulso
determinante para el logro del bienestar de la ciudadanía.
A la vez que este año conmemoramos el centenario de
la aprobación del título de Enfermera en España, tenemos la gran oportunidad
de mirar sin complejos a nuestro pasado profesional y a las personas que
hicieron posible que hoy lo celebremos. ¿Qué tal si comenzamos desmontando
las falacias de la historia, que tanto daño vienen haciendo a la autoestima de
las enfermeras? Doctoras tiene la Enfermería.
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